Implementación de políticas: ¿alcanzar la igualdad o erradicar la desigualdad?

Por Yearim Ortiz San Juan.

México es uno de los países que ha participado activamente para alcanzar la igualdad de género, esto se refleja en la adopción de la transversalización la cual busca incorporar la perspectiva de género en todos los programas políticos y sociales. Sin embargo, dicha igualdad está (muy) lejos de concretarse; los factores que no la han permitido son múltiples, aquí sólo abordaré el papel que llegan a jugar las políticas (públicas) encaminadas a alcanzar dicha igualdad.

Hablar de políticas (públicas) no es fácil, pues existen múltiples formas de implementarlas y entran en juego diversos actores e intereses como el tiempo, la ideología de los grupos de poder y el presupuesto asignado. En ocasiones, por ejemplo, se tienen que convencer a ciertos agentes para que aprueben una política y, a veces, el contexto obliga a implementarla sin consensarla. A esta complejidad muchas veces se le añade la urgencia por entregar resultados que impiden realizar un estudio a profundidad del problema que se busca resolver.[1] Entonces, dependiendo de los elementos que participen en la conformación de las políticas se tendrán resultados específicos. Sin embargo, y aunque cada política tiene su propio proceso, es posible indicar algunos problemas generales que explican la paradoja arriba señalada.

Me aventuro a decir (y parto de esta premisa) que el problema radica en que diversas políticas implementadas para lograr la igualdad de género, en vez de lograr su objetivo han contribuido a la desigualdad al reforzar los roles tradicionales sobre lo femenino y lo masculino. Pensar en políticas de género implica buscar procesos que ayuden a desmantelar las estructuras sociales que han contribuido a que la diferencia sexual se entienda como un mecanismo de poder; por ello, dichas políticas no se deben entender como políticas sólo enfocadas hacia las mujeres, sino que tienen que tener en cuenta una serie de elementos que ayuden a repensar las estructuras que actualmente impiden el acceso por igual a diversas oportunidades. La tesis que abordo es sencilla: diversas políticas (públicas) se enfocan más en generar igualdad en áreas específicas en vez de contribuir a erradicar la desigualdad estructural; si no comprendemos qué es lo que provoca la desigualdad, por más que implementemos políticas para alcanzar la igualdad, ésta no se logrará.

Lo anterior es el resultado de dejar en suspenso la equidad de género con la idea de satisfacer necesidades básicas para alcanzar la igualdad y lograrlo de manera inmediata, como es el caso de las políticas afirmativas[2]. Si pensamos que la desigualdad sólo está en el acceso inequitativo que hay entre hombres y mujeres a ciertos recurso, entonces los diseños de políticas buscarán sólo “equilibrar” las oportunidades y la mujer ingresará a estructuras que permanecen intactas.[3] Ahora bien, si realmente se asumiera una postura de género se atacaría la desigualdad estructural.

Pongamos un ejemplo controvertido: las cuotas de género. Se observa que no existen las mismas oportunidades para hombres y mujeres para acceder a cierto ámbito, entonces, se obliga a que haya un número determinado de mujeres en ese lugar. ¿Esto tiene una repercusión en la transformación de las relaciones de poder entre los géneros? Por supuesto que no. El papel de las mujeres en lo político se sigue entendiendo en términos secundarios: en un primer momento fueron postuladas sólo como suplentes; posteriormente se dio el caso de las juanitas, una vez en el curul renunciaron para dar paso a los varones, sujetos más capaces para el puesto; y finalmente, se les sigue criticando por su supuesta incapacidad para el lugar que ocupan. Uno de los mayores prejuicios a esta política, más allá de si es un atentado a la democracia, se finca en la idea de que, como su participación es una imposición, estas mujeres son sujetos poco capacitados para desarrollar dicho papel, es decir, no tienen aptitudes como sujetos políticos. En el fondo, siguen las mismas estructuras. Esto no quiere decir que la política es un fracaso; lo ideal sería que hubiera una participación política de las mujeres sin que estas medidas existieran. Hay que preguntarnos qué es lo que ha impedido que la mujer participe de lo político.

Si no se presta atención a la posición de la mujer y del hombre en las estructuras de las relaciones de poder, no se darán las condiciones para transformar la desigualdad. Muchas políticas caminan para empoderar a la mujer y han logrado que tenga un mayor ingreso al mercado de trabajo; sin embargo, pareciera que se olvidan que la esfera privada y pública están ligadas. En tanto no se sea libre en la vida privada, tampoco se será en la pública: el poder que se ejerce al interior de la vida doméstica debería ser un punto fundamental a considerar dentro de dichas políticas. Dirigirlas sólo a la incorporación de la mujer al mercado laboral no es suficiente. En cambio, si se asumiera que la desigualdad está un paso antes, en la concepción que se tiene de lo femenino y de lo masculino, podríamos entonces generar estructuras diferentes que propicien otro tipo de interacción social.

Muchas políticas buscan la igualdad desde construcciones de género inequitativas que son establecidas culturalmente. Por ejemplo, en el programa Prospera los insumos y la responsabilidad recae en la mujer, pues se asume que su papel está en el hogar y por lo tanto sabe administrarlos mejor en beneficio de su familia (algo que no es necesariamente verdadero). Esta política busca erradicar la pobreza otorgándole un papel central a la mujer, pues también pretende mejorar su condición de vida. Empero, al dejar la transversalización en suspenso la búsqueda de la igualdad se ha enfocado sólo en los ingresos y su administración, y no en la superación laboral; más bien se deberían implementar acciones que no reforzaran los estereotipos que han impedido que la mujer adquiera ingresos por sí misma, es decir se trataría de empoderarla económicamente.[4]

Al final, estas políticas tienen como resultado que la sociedad exija súper mujeres: capaces de realizar tanto la labor del mercado como la labor del hogar. Por ello, muchas deciden buscar trabajos que les permitan desarrollarse en ambos ámbitos. Por ejemplo, si se decidiera que los permisos laborales por maternidad fueran los mismos por paternidad, primero, el papel de la paternidad se inscribiría más allá de sólo el sujeto proveedor; segundo, se contratarían más mujeres pues no se pensarían como una pérdida económica por un potencial embarazo; y tercero, la mujer podría descargar parte del trabajo del hogar en su compañero, lo que la motivaría a buscar otro tipo de trabajo.

La idea de resolver rápidamente la desigualdad, ha provocado políticas denominadas “salir del paso” que sólo buscan métodos paliativos. Esto traerá consecuencias funestas. Pensemos en el programa Viajemos Seguras: es una solución muy importante sobre la violencia sexual que día a día enfrentan las mujeres. Sin embargo, refuerza la desigualdad desde la construcción cultural de los géneros: asume que la mujer es débil y vulnerable, y que el hombre es un violador en potencia que no puede frenar su libido, por ello es necesario separarlos en el transporte público.

Esto no quiere decir que las políticas afirmativas deberían de desaparecer, son necesarias porque visibilizan un problema y permiten resolverlo momentáneamente. Pero hay que pensar, también, en soluciones a mediano y largo plazo.

 

 

Bibliografía:

1.- Nayali Roldan, “El Partido Verde gastó su presupuesto de equidad de género en mandiles”, Animal Político, marzo 9, 20015. http://www.animalpolitico.com/2015/03/el-pvem-compro-mandiles-con-el-presupuesto-para-equidad-de-genero/

2.- Lauren Southern: Why I am not a feminist, video de YouTube, visto el 23 de octubre 2015. https://www.youtube.com/watch?v=vNErQFmOwq0

3.- Yearim Ortiz San Juan, La victimización de la mujer en la ciudad de México. El transporte público como espacio de su visiblización, tesis para obtener el grado de maestría, México, D. F., 2013.

4.- Ana María Tepichin Valle, “Política pública, mujeres y género” en Relaciones de Genero, tomo VIII de Los grandes problemas de México, México, ColMex, 2010.

 

[1] Quiero recordar la construcción del distrito de riego 19 que tenía como objetivo beneficiar a algunos municipios de los distritos de Tehuantepec y Juchitán. A pesar de que se pretendía que existiera un derrame económico importante con la agricultura comercial, no se tomaron en cuenta la fuerza del viento que azota la región (lo que impide que existan ciertos cultivos) ni la salinidad de la tierra.

[2] Estas políticas son medidas implementadas, supuestamente de manera temporal, a fin de garantizar la igualdad de oportunidades o compensar los “daños” resultados de la desigualdad (o discriminación) histórica. En realidad, el término hace referencia a políticas de “discriminación positiva”.

[3] Ana María Tepichin Valle, “Política pública, mujeres y género” en Relaciones de Genero, tomo VIII de Los grandes problemas de México, México, ColMex, 2010.

Este “drama” fue señalado en un primer momento por las feministas de la segunda ola, quienes advirtieron que para alcanzar la igualdad no era suficiente con tener acceso a la esfera pública (pensada mucho en la ida del voto y la ciudadanía como consecuencia), pues este espacio había sido construido desde paradigmas patriarcales.

[4] Esta política ha sido muy estudiada y debatida. En los argumentos se muestra la complejidad que ya mencioné sobre la hechura de políticas. En algunas regiones, el programa ha logrado cierto empoderamiento de las mujeres (sobre todo en la sensación de autonomía al desplazarse libremente, salir del hogar y reunirse con otras mujeres); en otras, incluso se ha visto que la violencia hacia las mujeres ha aumentado y ha traído problemas importantes en el tema de las masculinidades.

Además, si refuerzas el papel de la mujer en el hogar, evidentemente ésta no saldrá a buscar una participación de lo político.

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