* Foto para Animal Político por Manu Ureste (@ManuVpC)
Por Daniel Vázquez (sdv[at]cedhmx.org | @danvazh).
¿Cuál debe ser la respuesta del gobierno ante acontecimientos tan atroces como los que ocurren en México? Pienso en los estudiantes desaparecidos en Iguala, los feminicidios, periodistas asesinados, las fosas clandestinas, tragedias como el incendio de la guardería ABC, solo por mencionar algunos casos.
En un país en donde no se cumplen ni con los mínimos estándares de justicia, transparencia y respeto de los derechos humanos, la respuesta puede parecer obvia. Muchos nos conformaríamos con el respeto a las leyes existentes y con servidores públicos que trabajen sin mordidas y tratos preferenciales. Nos “daríamos de santos” si la impunidad disminuyera un poco y si las declaraciones de nuestros gobernantes expresaran un mínimo de decencia y empatía.
Sin embargo, esta es una actitud de conformismo y derrotismo. Con ella, nos escudamos para justificar nuestra inacción y, así, escondemos nuestra complicidad con la situación del país. Son excusas que usamos cuando juzgamos a alguien que exige no lo mínimo, sino lo justo y lo correcto. Tachamos de “idealista” a cualquiera que reclama más de lo que la realidad política inmediata parece permitir. Pero en el fondo somos unos hipócritas. Sabemos que esa realidad no permite casi nada y que si solo apoyamos propuestas «viables» y «realistas” nunca saldremos de nuestra miseria. Y a sabiendas de todo esto, aún tenemos el descaro de quejarnos. Nos lamentamos de que en México no pasa el tiempo porque la mediocridad nacional se perpetúa década tras década.
La primera vez que escuché la consigna “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” sentí tristeza, rabia e impotencia. Mi segunda reacción fue, para mi vergüenza, la de este derrotismo hipócrita. Una indignación lejana y autocomplaciente, capaz de impulsarme a leer, discutir con los amigos, quejarme y estar a punto de compartir enlaces en mis redes sociales. Lo mínimo para sentirme un ciudadano informado, pero nada, absolutamente nada más.
Mi cinismo empeoró. Con toda mi incapacidad para la empatía, pensé: “Están pidiendo lo imposible.” “El gobierno podría hacer o haber hecho mejor mil cosas, pero no va a poder regresar a esos estudiantes vivos.” Después me puse en los zapatos de los padres y madres de los normalistas. Si mi hijo estuviera desaparecido, me resultaría moralmente repugnante que un desconocido se sintiera con el derecho de plantease escenarios que asumen que mi hijo está muerto. Pero no es que la demanda de las familias dependa o surja de mi solidaridad compasiva. Lo que demandan es una toma de responsabilidad, justicia y verdad. Las autoridades tienen la obligación de realizar la búsqueda de los desaparecidos, proporcionar información confiable y clara, dar reparación y garantizar la no repetición.
Sin embargo, me quedé pensando si exigir «Vivos los queremos» es tan solo una exigencia simbólica. ¿No es acaso lo justo y lo correcto exigir que regresen a los estudiantes vivos? Más radical aún, ¿no es esa la exigencia que deberían hacer las familias de los niños y niñas de la guardería ABC, las de las mujeres asesinadas, las de todos los muertos por asesinato sin importar si la debían o la temían? El que sea una exigencia imposible, ¿significa que ya no es la correcta?
Muchas personas piensan que ninguna persona o institución tiene la obligación de hacer lo imposible. Y esta es una idea que suena razonable hasta que uno considera casos como los arriba mencionados. Lisa Tessman, en su libro Moral Failure: On the Impossible Demands of Morality, propone una solución diferente. Tessman reconoce que muchas veces existen exigencias morales que no son negociables, incluso si son imposibles de satisfacer. El resultado es un inevitable fracaso moral. Un ejemplo es tener que decidir entre salvar a uno de dos hijos. Dado que la exigencia moral es proteger a ambos, el resultado, se escoja a quien se escoja o no se escoja a ninguno, es el fracaso moral. El que nos hayamos enfrentado a una decisión absolutamente imposible, impensable, no es ningún consuelo.
Esto, sin embargo, no solo aplica a los individuos sino también a las responsabilidades del Estado. Tessman usa en su libro varios testimonios del holocausto, pero las atrocidades en México tienen una estructura similar. Nuestro gobierno tiene el deber no negociable de proteger a todos sus ciudadanos. Si las autoridades no cumplen con dicha exigencia fracasan; incluso si en determinado tiempo y lugar, debido a limitaciones de cualquier tipo, era imposible cumplir con ese deber. Entonces, aunque exigirle a las autoridades que regresen vivos a todos nuestros conciudadanos sea imposible, no por ello es una demanda inválida, injustificada o exclusivamente simbólica.
Aquí es cuando regreso a mi pregunta inicial. ¿Cuál debe ser la respuesta del gobierno? Alguien podría pensar: la exigencia es imposible, el gobierno no debe hacer nada porque no hay nada que pueda hacer. Pero esto es falso. Es cierto que el gobierno no puede cumplir con la exigencia moral; sin embargo, puede, además de garantizar justicia y no repetición, reconocer de manera clara y abierta su fracaso.
Esto implica aceptar que se ha incurrido en una deuda impagable y se ha cometido una trasgresión irreparable. Es reconocer que el país tiene una herida que nunca cerrará. Se tiene que levantar monumentos y memoriales que nos recuerden estas historias y el dolor que han causado. No es solo evitar que estas atrocidades se repitan sino transformar la manera en que nos definimos como sociedad. Si como país no aceptamos nuestros fracasos como lo que son, no habrá forma de madurar y salir adelante. Por lo tanto, sí, vivos los queremos a todos.
Vivos los queremos, vivos los queremos, vivos los queremos.
Estoy de acuerdo en no borrar las diferencias. Mi argumento no intenta borrarlas o hablar genéricamente. Sin embargo, a pesar de dichas diferencias, toda la población, todas las personas que han perdido la vida eran seres humanos. Es esa la canasta en la que yo los pongo a todos juntos. Todos se merecen justicia, ser protegidos y merecen vivir. Ahora, el que todos merezcan estos derechos por igual no implica que las medidas tengan que ser las mismas para todos, pero cuando se fracasa en la exigencia, hay que reconocerlo. Modifico un poco el ejemplo del que hablaba arriba. Como antes, los padres tienen el deber no negociable de proteger a sus dos hijos. Pero imaginemos que uno de ellos quiere matar al otro. Si por defender a uno se mata al otro, de todos modos se fracasa en la exigencia moral, pues esa demandaba salvar a los dos. Hay que intervenir de manera que ambos se salven. Pero esto es imposible en ciertas circunstancias. Y estoy de acuerdo. Pero el punto es que aunque sea una exigencia imposible, no deja de ser la correcta.
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