Por Daniel Vázquez (sdv[at]cedhmx.org︱@danielvazquezh).
Escuchar no es simplemente oír lo que otra persona tiene que decir. Implica un esfuerzo activo por comprender el contenido, valorar el testimonio y reaccionar de manera adecuada ante la nueva información. Si después de veinte minutos de hablar con alguien le preguntamos ‘¿Me estás escuchando?’ y la persona contesta ‘Sí, pero no entendí, no me importa y no voy a hacer nada al respecto’ es válido concluir que la persona no estaba realmente escuchando.[1] Es entonces un error pensar que escuchar es una actividad pasiva. No sólo eso. Escuchar es también una actividad que requiere habilidades que se adquieren a través de la práctica, la educación y una permanente reflexión crítica. Aunque no podemos ser expertos y especialistas en escuchar todos los temas, es esencial ser al menos conscientes de nuestras limitaciones.
Sin embargo, como parte de la educación cívica más básica, todas las personas deberían saber escuchar de manera competente sobre cierto tipo de temas de interés y valor público. Uno de estos temas, quizá uno de los más delicados, es el saber escuchar a las víctimas de violencia. Aunque esto no parece ni tan difícil ni tan complicado, existen muchos ejemplos de sobrevivientes de violencia que encima de todo sufren humillaciones, injusticias y daños derivados ya no de sus agresores originales sino de la incapacidad de escuchar de sus familiares, amigos, otros ciudadanos e incluso de los servidores públicos responsables de brindarles ayuda (la llamada victimización secundaria). Ya Jimena mencionó algunos ejemplos recientes en temas de violencia de género aquí y aquí, y con este post quiero continuar la discusión.
Existen guías de buenas prácticas para apoyar a personas que fueron víctimas de algunos tipos de violencia (ejemplos aquí, aquí y aquí). Aunque éstas ofrecen información valiosa y recomendaciones muy acertadas (por ejemplo, no juzgar, creerle a la víctima, recordarle que no es su culpa, ofrecerle opciones y respetar sus decisiones y privacidad), su aplicación no es tan fácil como parece. Los prejuicios y posiciones de privilegio con respecto a las víctimas pueden incapacitar a las personas, sin que ellas se den cuenta, para ofrecer el nivel de credibilidad, respeto y privacidad que la víctimas necesitan. Cuando esto sucede, se comete contra la víctima nuevas injusticia, se fracasa en el intento de escucharlas y se atiende de manera deficiente o errónea a sus necesidades. Lo peor de todo es que en muchas ocasiones, estos agravios contra las víctimas no son casos aislados, sino que suceden de manera sistemática (una lectura obligada: aquí).
Un ejemplo de este tipo de injusticia sistemática ocurre cuando se atiende a mujeres víctimas de violencia sexual o doméstica. Debido a los prejuicios sexistas (de la sociedad, familia, amigos, doctores, policía y otros servidores públicos) se duda del testimonio de las mujeres incluso cuando la evidencia está en su favor, se le otorga más credibilidad de la que la evidencia permite a los agresores o se minimizan las necesidades de la víctima y se da prioridad a las de los agresores u otros familiares.
Otro ejemplo es la injusticia que se comete cuando no se sabe escuchar a las víctimas que pertenecen a la comunidad LGBTI. Aquí la mayoría de las personas está de acuerdo con la afirmación general de respetar los derechos de todos por igual, pero lo difícil es traducir esto a las acciones y creencias concretas. Cuando las personas se niegan a permitir el acceso de personas transexuales a los baños públicos del género al que se identifican (o mejor aún, apoyar que se cambien todos a baños neutros) se falla en escuchar que ésta es una medida que, además de respetar el derecho básico a la autodeterminación, es una forma de reducir la altísima tasa de violencia y agresiones en contra de l@s transexuales. De la misma manera, se falla también cuando se insiste en reportar un crimen de odio en contra de la comunidad LGBTI como un crimen cometido contra individuos al azar (para una introducción al tema de violencia contra la comunidad LGBTI véase aquí).
Pero estos problemas e injusticias suceden con las víctimas de todo tipo de violencia. Cuando la policía reprime una protesta, cuando el ejército abusa de su poder en contra de la sociedad civil, presuntos criminales y sospechosos en custodia, es común y aceptado sin gran indignación escuchar personas culpar a las víctimas. Se justifica las agresiones con defensas basadas en hipótesis infundadas y en el prejuicio más que en la evidencia.
Aquí muchos van a pensar que aunque esto sea cierto de los demás no aplica a ellos en lo personal. Todo mundo se imagina a sí mismo como alguien que respeta los derechos de los demás y no comete injusticias de manera sistemática. El problema es que este tipo de injusticia se produce como la suma de pequeños detalles, comentarios que son lugar común, acciones no reflexionadas o intencionales y en la aceptación y aplicación de normas, protocolos y leyes que perjudican a la víctima. Y aunque es importante dejarse de engañar y aceptar nuestra responsabilidad en el daño que se le comete a los demás, el punto no es señalar con el dedo sino reconocer lo dañino del resultado y encontrar estrategias para evitar contribuir a la perpetuación de la injusticia.
De este modo, si queremos aprender a escuchar a las víctimas de violencia y convertirnos en l@s ciudadan@s decentes y proactivos que toda sociedad se merece, propongo iniciar este proceso con las siguientes tres estrategias (aunque, por supuesto, no son las únicas):
(1) Autoeducación crítica y continua. Antes de opinar, juzgar y ofrecer alternativas hay que estar informados y, sobre todo, reconocer nuestra ignorancia. Es mejor decirle a alguien que no sabemos qué hacer o decir, que hacerlo sin estar basados en las recomendaciones de los especialistas, sin saber los datos empíricos más recientes o sin conocer y respetar los derechos de las personas (aunque la idea no es quedarse callados sin más, sino disculparse por la ignorancia y empezar en ese momento a remediarla). Todos, en la medida de nuestras posibilidades y privilegio, debemos mantenernos al día sobre cuáles son los derechos de las víctimas, cuál es la mejor manera de respetarlos, qué opciones de acción y qué problemas pueden enfrentar las víctimas.
(2) Conocer y hacerse responsables de nuestros privilegios, prejuicios y asociaciones implícitas. Sin saberlo o aceptarlo abiertamente, casi todos, debido a la forma en la que fuimos educados, nuestra situación de privilegio o los prejuicios de la sociedad en la que crecimos, realizamos ciertas asociaciones automáticas que muestran cierta preferencia por estereotipos dañinos y discriminatorios (para realizar un test en línea, véase aquí). A la hora de escuchar un testimonio, es importante saber si de manera automática preferimos ciertos tonos de piel, raza, edad, preferencia sexual o si asociamos a cierto género con ciertas actividades o no, pues esto puede afectar de manera injusta la credibilidad que le otorgamos a alguien o si damos preferencia a las necesidades de unas personas sobre otras. También es necesario reflexionar si nuestros privilegios no nos están cegando a la comprensión del testimonio de las víctimas. Por otro lado, es responsabilidad individual y social reflexionar y discutir de manera abierta la justificación de nuestras creencias, especialmente aquellas que afectan o dañan a las demás.
(3) Reconocer nuestros errores y aprender a pedir disculpas. Si ya actuamos de manera deficiente, si ya fuimos cómplices de la perpetuación de la violencia sistémica, no es suficiente decir, ‘¡Ups, en ese momento no sabía que estaba mal!’ o ‘¡No fue con mala intención, yo no sabía!’ Hacer cosas malas e injustas con conocimiento y de manera intencional sería aún peor, cierto, pero eso no exculpa por completo a nadie, tal como el desconocimiento de la ley no nos exenta de su aplicación. La razón es que somos responsables de los efectos de nuestras acciones incluso cuando dichos efectos no fueron adrede. Un ejemplo que lo deja claro: si le choco su auto a alguien le tengo que pagar los daños independientemente de si fue a propósito, por un descuido o sin querer.
Por otro lado, nuestra ignorancia es muchas veces culposa. Quizá en el momento de actuar no sabíamos que lo que hacíamos era injusto, pero debíamos haberlo sabido. Ahora bien, el punto no es instigar sentimientos de culpa. Eso no sirve de mucho a las víctimas, lo importante es empezar a actuar. Muchas veces, la primera acción es una disculpa sincera, sin justificaciones, sin minimizar los hechos. Una disculpa que le deje en claro a la víctima que hemos comprendido las causas del problema, que aceptamos la responsabilidad y cuáles son las acciones concretas que realizaremos para reparar el daño y no volverlo a cometer. Porque una disculpa sin estas características no es una disculpa que muestre que hemos escuchado con atención a la víctima.
[1] Con esto no quiero decir que escuchar requiere estar de acuerdo con el otro y/o estar dispuesto a cambiar alguna conducta. Sin embargo, la falta de estas dos condiciones no puede derivarse de la falta de comprensión y valoración. En dicho caso, se debe estar abierto a dar razones de ellas.
Lo importante es saber defenderse… especialmente las mujeres; nosotras si tenemos que aprender como manejar las situaciones de riesgo, especialmente en Mexico hoy en dia!!
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