Las feministas arruinaron el amor. Ya cualquier cosa es violencia o acoso

Por Jimena Monjarás Guerra (jmg[at]cedhmx.org︱@jimenamgde la serie ‘No, el feminismo no ha llegado demasiado lejos’ (3 de 4).

Durante los últimos meses de 2017, varios reportajes reportajes dieron cuenta de los acosos sexuales que por años llevó a cabo Harvey Weinstein, poderoso magnate de la industria cinematográfica. Decenas de mujeres denunciaron haber sido víctimas de insinuaciones, tocamientos, presión e, incluso, violencia sexual por parte de Winstein. El caso no es único ni atípico. Antes habían hablando las víctimas de Bill Cosby, también lo había hecho la hija de la entonces pareja de Woody Allen, quien denunció que el cineasta la agredió sexualmente cuando era una niña. Antes también habían hablado ingenieras en Uber sobre una cultura de acoso sexual sin castigo en la empresa. Antes—y sin muchas consecuencias—hablaron las víctimas de Cuauhtémoc Gutiérrez, líder del PRI en la Ciudad de México.

A diferencia de lo que había sucedido hasta ahora y a partir de las denuncias contra Weinstein, muchos hombres poderosos en distintos ámbitos han sido también acusados de acoso y violencia sexual. A raíz de ello, escritores, artistas, políticos, presentadores de noticias, académicos, entre otros, han sido separados de sus cargos por episodios similares.

¿Por qué traigo estos casos a cuento en un post sobre el amor romántico y feminismo? Podríamos preguntarnos si estos casos no tienen que ver más bien con el acoso laboral y por tanto ser discutidos como tales. En parte sí; el poder de coerción (implícito y no) en los casos de acoso sexual son un tema en sí mismo. Sin embargo, creo que los límites y matices del coqueteo y la atracción sexual, juega un papel relevante en todos ellos. También porque, argumentando que la atracción romántica o sexual puede darse en un contexto laboral de la misma manera que podría darse en un contexto social o de cualquier otra índole, muchos cuestionan si no será exagerado llamarle acoso a algunas de las conductas denunciadas.

Ejemplo de lo anterior es el comunicado de un colectivo de mujeres francesas, entre ellas la actriz Catherine Deneuve y la escritora Catherine Millet, quienes expresaron su rechazo al poderoso movimiento #MeToo (movimiento que, por cierto, no inició con las denuncias en Hollywood, sino mucho antes gracias a la activista Tarana Burke, quien en 2007 lanzó una organización para defender y ayudar a víctimas de abuso sexual). Para las francesas, las denuncias han caído en el exceso del puritanismo y la represión de la libertad sexual.

En primer lugar creo que es importante definir, desde una perspectiva feminista, cuándo el coqueteo o en qué contexto la búsqueda de una pareja sentimental son apropiadas. Me parece que la respuesta es bastante simple: si uno encuentra a otra persona atractiva puede hacérselo saber sin ningún problema, siempre y cuando las relaciones de poder no sean dispares y el ambiente sea el apropiado.

¿Es apropiado coquetearle a alguien en un bar, en una fiesta, o en cualquier contexto social? Mientras esa persona pueda consentir y responda con el mismo interés, por supuesto. Si la persona en cuestión demuestra no estar interesada, uno debería aceptar su voluntad y parar por la paz. No significa no. Punto.

¿Es apropiado gritarle “piropos” a una persona en la calle o en el espacio público? No, pues no se le está tratando como a un igual. Los acosadores callejeros se aprovechan del poder desigual que tienen del espacio público para hacerle saber a las mujeres que son cuerpos para su disfrute, por ejemplo.

¿Es apropiado coquetearle a un subordinado o a alguien cuyo trabajo, carrera, o proyectos dependen de ti? No, nunca es apropiado. “Pero es que podría ser el amor de su vida” me responderán algunos. Por supuesto que podría suceder. Pero vivimos en un mundo de más de 7 mil millones de personas y parece un afán un poco insano tener que buscar una relación con alguien cuya agencia en la misma pueda estar limitada por una relación de poder dispar.

Es decir, no se trata de ser puritanos con respecto a la atracción sexual, sino de entender que:

  1. las personas no van por la vida necesariamente buscando una relación en todo momento;
  2. la realización de una persona no depende necesariamente de su situación sentimental;
  3. que existen contextos apropiados para la búsqueda de una pareja y otros que no lo son.

 

La discusión que han traído a la mesa #MeToo y Time’s Up nos hacen preguntarnos qué es deseable y qué no, qué es aceptable para quién, y en qué medida las dinámicas románticas—e incluso del erotismo—están centradas en el placer del hombre. La respuesta no se antoja fácil ni evidente. Un caso representativo es el de una chica que denuncia haber tenido una terrible cita con el actor y comediante Aziz Ansari. Incluso cuando el ambiente haya sido apropiado y no exista necesariamente un componente coercitivo, este caso y muchos similares nos obligan a replantearnos los matices del consentimiento y de las dinámicas en las relaciones románticas. Podemos (y yo creo que debemos) distinguir entre violación, acoso, y una experiencia desagradable. Pero que algo no sea una violación no lo hace menos terrible, y que algo no arruine tu vida no lo hace aceptable. Fijarnos mejores estándares que “no fue violación” no parece exagerado o pedir demasiado. (Samantha Bee lo dice de forma más divertida en este video).

Un gran acierto de movimentos como #MeToo es buscar cambiar la cultura de la “conquista galante” en la que—al menos en las relaciones heterosexuales—los hombres asumen que para conquistar a la pasiva doncella deben luchar por su amor y por lo tanto no aceptan un no como respuesta. Y en esto es en lo que, me parece, las francesas se equivocan. El coqueteo y el deseo sexual no deben ser incómodos ni inoportunos. Pueden ser inesperados y emocionantes, pero nunca molestos. No se trata de tener una forma de consentimiento por escrito con firma de notario para poder besar a otra persona, pero sí de respetar cuando el otro no está interesado y, por supuesto, de reconocer si se está en una posición de poder que no dé mucho margen de maniobra. Si uno se reconoce en el otro, si le trata como un igual, conocer la respuesta a ambas interrogantes es bastante evidente. Al final, lo que busca y ha buscado desde siempre el feminismo (con todas sus diferentes expresiones) es eso: que hombres y mujeres seamos tratados como iguales.

Vuelvo al caso de los hombres poderosos cuyos abusos han salido a la luz a últimas fechas, pues en todos ellos existe por lo general, además del componente cultural, un aparato habilitador que les permite a los victimarios salirse con la suya y que orilla a las víctimas a permanecer en silencio. En el caso de Weinstein, este aparato era literalmente un sistema institucional conformado, entre otros, por los medios que amenazaban a las denunciantes a revelar historias comprometedoras que podrían afectar sus carreras, o asistentes que arreglaban los encuentros del productor con las actrices. Sin embargo, también es importante señalar como parte de este aparato a aquellos colegas que, sabiendo de su modus operandi, preferían guardar silencio y seguir trabajando con él por todas sus otras virtudes.

El caso de Weinstein, de nuevo, no es la excepción. Muchos actores y productores han elegido ignorar las acusaciones contra Woody Allen y “no privar al mundo de su genialidad” —incluso si toda su obra es una oda a las relaciones desiguales y a los hombres mayores acosando jovencitas. En los casos de académicos como el filósofo Thomas Pogge, las universidades en las que trabajó y sus colegas supieron por años sobre de las denuncias en su contra, pero prefirieron ignorarlas por ser uno de los profesores de Ética más famosos y por todas sus contribuciones al campo (la ironía). Los casos de las miles de mujeres que son acosadas sexualmente a diario en sus trabajos quedan sin castigo en muchísimas ocasiones porque los departamentos de recursos humanos no consideran que el acoso sea razón suficiente “para arruinarle la carrera a alguien por algo tan insignificante”.

Por supuesto, en todos los casos los perpetradores tienen la carga de la responsabilidad, pero podríamos también culpar a las muchas piezas del sistema que permiten que siga existiendo impunidad, a la falta de incentivos para que los hombres poderosos entiendan que no pueden hacer lo que deseen todo el tiempo. No es puritanismo, es justicia.

Existe un peligro muy real en considerar estos episodios como parte de la galantería y no como lo que son: hostigamiento y acoso. El peligro es que permanezcan en la cultura de lo aceptable. Quienes prefieren mirar al otro lado, minimizar las acusaciones y reducirlas a “la libertad de importunar”, y quienes nos urgen a pensar primero en las muchas cualidades de los victimarios, son parte del problema.